Entre el bar y la bolera
rondan las aceras,
controlando el barrio
desde una esquina,
en el Ãndice una alhaja
el pelo a navaja,
salpicando betún y brillantina.
Oigales silbar, parecen estar
esperándole vecino,
para jugar
un mano a mano a los chinos.
Son la aristocracia del barrio,
lo mejor de cada casa,
tomando el Sol en la plaza.
Tienen a la madre anciana
virgen a la hermana,
y en las Ramblas, una que es del asunto.
Un padre que murió un dÃa
y la filosofÃa
del tapete, el compañero y el punto.
MÃrenlo burlar, sin pestañear
nació chulo y sin remedio,
pide con seis
y se planta en dos y medio.
Son la aristocracia del barrio
tahures, supersticiosos,
charlatanes y orgullosos.
Trafican en transistores
en encendedores,
en cosméticos y en bisuterÃa,
hasta que el cante de un socio
les cierre el negocio
como poco por seis meses y un dÃa.
Igual que se van, reaparecerán
hechos un figurÃn, pero
con el color
y el perfume del talego.
Son la aristocracia del barrio
tránsfugas independientes,
mejorando a los presentes.
Si les sigue usted los pasos
verá más de un caso,
que en la puerta
de un Juzgado de Guardia,
por la hembra y el retaco
deja hasta el tabaco
y hurga en las "demandas"
de La Vanguardia.
Envejecerán, horneando pan
cada cual muere a su modo,
qué se va a hacer
si ha de haber gente pa' todo.
Y a la aristocracia del barrio
sentimentales y buenos,
en el bar, le echan de menos.
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