Nacida en el ingenio azucarero de Costa Rica, Sinaloa, Amparo eligió inicialmente el magisterio como profesión, se desempeño como maestra rural en La Palma, Villa Angel Flores y Tierra Blanca en su estado natal y aunque dejó la labor docente para estudiar música, nunca perdió la "textura y sencillez de la profesora de escuela".2
Su vida fue la música, a la que se dedicó de lleno desde 1969, incorporándose al movimiento del Canto Latinoamericano. Quién no la recuerda interpretando "La maldición de la Malinche", "A que le tiras cuando sueñas mexicano", "Jugar a la vida", "El barzón", "Jacinto Cenobio", "Te quiero" de Benedetti, y muchas, muchÃsimas más que serÃa imposible ennumerar aquÃ.
Miembro de una generación de intérpretes y compositores que tuvo su origen en la década de los sesenta, Amparo Ochoa emergió desde un principio como la gran figura de la entonces naciente Nueva Canción.
Los 25 años de su trayectoria artÃstica fueron marcados por el signo de una entereza inquebrantable.
Fiel a sus ideales, asumió con profunda responsabilidad el llamado de su propia conciencia para ir de pueblo en pueblo, de plaza en plaza, de lugar en lugar y dejar en cada parte su testimonio de lucha, la convocatoria a conquistar un mundo más justo, a no deponer la dignidad y a ondear siempre la bandera libertaria.
El hecho de que desde pequeña en su tierra natal, Sinaloa, sus familiares la hayan rebautizado con el nombre de "Vida", encierra en sà un sÃmbolo que va más allá de la llaneza de un apodo, pues es la vida lo que departió en cada canción que interpretó.
Ya lo dijo Elena Poniatowska: "Al igual que otros toman su fusil, Amparo Ochoa va con su voz anunciando la buena nueva, pregonando el dÃa de la liberación, el dÃa en que nadie sea esclavo y que a ningún niño le falte su cometa".
La firmeza de sus principios la alejaron de intereses comerciales y de afanes protagonistas, sacrificando asà la posibilidad de la fama y el dinero a cambio de su gusto por cantar a la tierra, al amor y al desamor, a los retos del hombre y de la mujer, a las tradiciones y costumbres, a los injusto y a la esperanza. Y lo hizo con una diversidad musical tan amplia que sólo puede reconocerse en voces que, de tan prodigiosas, resultan extrañas.
Amparo Ochoa es más que la nueva canción, es más que el folklor o el neofolklor. Amparo Ochoa es su actitud, lo suyo como mujer, como madre, como hija, como hermana; como ciudadana del mundo esparciendo el lenguaje de la solidaridad; como vocera y representante fiel de los más caros anhelos de todos los pueblos. No es gratuito que el cancionero popular universal la registre como uno de sus principales exponentes.
Amparo Ochoa falleció en 1994. Sin embargo su estilo abierto, carácter y gallardÃa se mantienen vivos en todos y cada uno de sus discos, invaluable legado cultural que trasciende la etiqueta de canciones al erigirse como documentos vivos, pues en ellos están expresados el dolor, la alegrÃa, el coraje, la pasión y la ilusión, no sólo del pueblo mexicano, sino también el de toda América Latina, o el del viejo continente, a donde llevó la hermandad de estas tierras.
Esa es su herencia y a la vez su voz de presente.